miércoles, 6 de enero de 2010

.ERES.

Yo soy escritor, todo el mundo lo sabe. La gente pasa caminando y, al verme sentado en la vitrina, se ríe, se da cuenta de que existo. Incluso creo que me comprenden, como si ese par de miradas creara un lazo entre nosotros; una especie de relación. La pálida luz del mall, los ventanales que reflejan todo, la mucha mucha gente y yo ahí, iluminado por mi lamparita...no sé, es bonito, casi romántico. En mi escritorio de plástico, con mi cuaderno y mi lápiz plásticos, muestro mi rostro de plástico (con su barba plástica) a mis admiradores. A veces hasta siento pena de no poder hablarles, de no poder decirles cuánto me importan. Pero bueno, ellos saben que soy escritor, y excéntrico, y solo, así que me comprenden. De hecho, por eso me compran...aunque poco, bastante poco.

Bueno...cada cierto tiempo alguien se apiada y compra un escritor, pero normalmente miran de lejos. Saben lo que soy pero les intereso a la distancia, sólo a través del ventanal de la vitrina. Sí, es triste, y más lo es conformarse con eso: asumir que puedo vivir de exponerme y de uno o dos guiños al día.

Y es que la vida del artista es dura, tan dura. Sólo soy feliz cuando alguien nota mi angustia, cuando soy su centro de atención. Pero después se va, y entonces lloro hasta que alguien me ve llorando de nuevo. Ahí lloro un poco más para sentirme bien, y luego paro: se va, y así sucesivamente...pero siempre iluminado por mi lamparita.

Soy tan escritor, a veces ni yo me reconozco; un hombre sufrido, aunque sólo si me miran. Siento pena, mucha pena, pero lloro con la condición de que lo filmen...Sí, tanta angustia, tanta soledad cuando me alumbran los focos de mi vitrinita. Pobre de mí que me vendo tan barato...

No hay comentarios:

Publicar un comentario