.Y bueno...esto de tener que poner mis pulmones rotos sobre una mesa blanca no me gusta mucho. Revisarlos es interesante, pero sólo hasta que me percato de su estado deplorable. Sin embargo, considerando que el aire que respiran no está en mejores condiciones que ellos, me es imposible no hecharle la culpa a esta ciudad. Y es que inhalar toda tu vida el desperdicio que los hombres exhalan a la comunidad no es algo saludable. Estornudamos nuestras inseguridades en la cara de los demás, pero nos quejamos luego si es que se enferman. El negro humo del egoísmo sale por la chimenea de nuestra casa íntima todos los días y , aún así, tenemos el descaro de protestar por la contaminación. Qué poco cuidado ponemos al toser, por ejemplo, nuestras rabias. Actuamos siempre con la inconsciencia del impulso, incapaces de taparnos la boca con la mano. No entendemos cuánto se ensucia la atmósfera cada vez que odiamos, y menos la razón de que, cada vez que un hombre desconfía, se haga en ella un agujero un poco más grande.
La polución es un problema del alma, no de las micros. El esmog no es otra cosa que el residuo de nuestra forma de relacionarnos. Que nos despreciemos y juzguemos provoca las enfermedades respiratorias de este invierno comunicacional. La mentira nos tiene con asma, y un inhalador de disculpas no puede curarla. El aire que respiramos es el vivo reflejo de la sociedad que construimos. Y un efisema detectado en mis pulmones lo respalda.
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