lunes, 5 de abril de 2010

.A buscarte.

Le agradecí a mi padre las treinta lucas y me senté en el piso a pensar lo que podía hacer con ellas. Casi inmediatamente se me cerraron los ojos.

De pronto el pueblo de Los Andes, el río Aconcagua, las viñas, los campos.

Un rato después, la subida por esa cordillera de mierda que te tiene fuera de mi vista.

Y sí, si llevo mis documentos.

Por supuesto, registre el auto con toda tranquilidad.

Sí, chileno.

No, viajo solo.

Por vacaciones.

Mmm, hasta que la encuentre, perdón, hasta el sábado.

Sí, tendré cuidado, no se preocupe.

Luego; bajar rápidamente a través de los valles y dejar atrás esa infranqueable masa rocosa.

De a poco los pueblos van apareciendo frente a mi mirada extranjera mientras pienso cómo chucha lo voy a hacer.

Por fín, Mendoza.

Pequeñas avenidas, paseos, bares bulliciosos y completas librerías. Gente amable que a cada palabra te recuerda que eres del otro lado. Pero no importa, ahí hay un hotel.

Oiga, disculpe, ¿se aloja aquí...?

Ah, vale, muchas gracias.

Nuevamente en la calle, prendo un cigarro y apuro el paso.

Ahí hay otro.

Oiga, disculpe, ¿se aloja aquí alguien de apellido...?

Entiendo, gracias.

Los carteles del comercio brillan en todas las fachadas y un viento cálido hace sonar las hojas de los árboles al tiempo que cae la noche. Lentamente, la ciudad comienza a despertarse.

Ese sí me tinca.

Oiga, una pregunta, ¿se aloja...?

Ah, bueno, perdone la molestia.

Y continué así hasta medianoche. Cada recepcionista me daba una esperanza que botaba a la basura cuando respondía. Frustrado, decidí dormir en cualquier parte.

La primavera recién llegada me regaló una noche tibia en el banco de la plaza. Además, los cigarros eran baratísimos y la guía turística que había comprado en el kiosko me permitía ir descartando hoteles. Por alguna razón estaba convencido de que al dia siguiente cambiaría mi suerte. En algun lado tenías que estar.

Desperté temprano para seguir insistiendo. Me tomé un café y, sentado en una banca, revisé la guía. Faltaban sólo tres.

Pregunté en los dos primeros y nada. Quedaba la última posibilidad, no podía fallar.

Imposible que salgan antes de las cuatro, me decía, mientras me abría paso en las veredas repletas buscando la calle.

¿Qué cara va a poner? Da lo mismo, ya estás aquí, no dudes.

¿Qué le digo? ¿Cómo explico que no aguanto más sin...?

No importa, concéntrate.

Ya está, es ese de al frente.

Cruzo la calle sin mirar, empujo la puerta giratoria y camino confiado hacia el mesón mirando fijamente al recepcionista.Respiro.

Disculpe, ¿se aloja aquí...?

¡Oye!, ¡Oye!, ¡Despierta por la cresta! Me voy llendo a la playa con una amiga y necesito comprar pitos. Por favor, préstame treinta lucas, juro que te las pago.

¿Ah? Ah, pero es que yo queria ir a...mmm...Bueno ya, toma. Págame a la vuelta.


Una estupidez...

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